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miércoles, octubre 26, 2005

La hospitalidad albanesa

Siempre abundan los tópicos, pero muchas veces son realmente un reflejo de la realidad.
Gracias a la legendaria hospitalidad albanesa pude eludir albergarme en, tal vez, el único hotel de Shkoder, en el noroeste de Albania, a las orillas del lago. Nikola, el conductor del furgón que me llevó a mí y a varios albaneses desde la capital, me ofreció su casa; y eso que ni siquiera nos podíamos comunicar directamente sino que lo hacíamos a través de un funcionario del Ministerio de Agricultura que hablaba algo de inglés. En su casa estuve un día y dos noches, me dio de comer, de dormir y su mujer y su hijo me enseñaron la ciudad. Por la noche invitaron a algunos de sus vecinos a pasar una velada de charla y a tratar de llevar una conversación a través de chaval que apenas tenía 14 años; yo me convertí en una curiosidad, alguien a quien mirar como se mira algo que viene de otro planeta.
Allí, en Albania, al caer la oscuridad, lo mejor que se podía hacer era no salir de casa y charlar; de fondo el sonido seco pero lejano de disparos de los cuales nadie me supo dar razón en todo el tiempo que permanecí en Albania; disparos nocturnos que comenzaban al ponerse el sol y nunca recuerdo si finalizaban al pasar la medianoche pues ese sonido se hacía contidiano y apenas se le daba ya importancia cuando vencía el sueño.
Para hacer justicia también me toca decir que Nikola me pagó el viaje hasta Koman, a mitad de camino de Tropoja, y rechazó unos escasos 20 dólares que quise darle por sentirme en deuda con él y su familia. Aquí es donde aprendí que donde quiera que uno se encuentre la hospitalidad abunda más en este mundo que el peligro o la violencia; y eso, hablando de Albania en 1998, un país a medio camino entre la guerra con Yugoeslavia y la guerra civil.