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miércoles, septiembre 21, 2005

New York: la oportunidad perdida


En marzo de 2002 viajé a Nueva York. Habían pasado seis meses desde los atentados contra las Torres Gemelas y contra el Pentágono. La ciudad conmemoraba esta desgraciada fecha.
Meses antes, pocos días después del 11-S, salieron en pantalla varios cantantes entonando la canción "We are a family"; me emocioné. Creí que la interpretaban como símbolo de la unión de la humanidad contra la violencia, contra el terrorismo, contra las guerras; contra la barbarie. Estaba equivocado; era un canto a la familia americana (estadounidense). La oportunidad de unir a los pueblos en solidaridad con las víctimas, de emerger un sentimiento de unión fraternal no era sino un cántico patriotero de Estados Unidos contra el resto del mundo. Me sigue gustando esa canción pero, a partir de entonces, no puedo evitar sentir cierto rechazo a una música que tuvo la ocasión de ser icono de humanidad y que se transformó en himno del patriotismo más burdo.
Cuando paseaba por las calles de Nueva York, visité la Zona Cero (Ground Zero), asistí a la fiesta de San Patricio y a los actos en memoria de las víctimas del 11-S; no sentí que se gritara en contra de la violencia sino que el peso del Imperio Americano caía como una losa en contra de quien fuera mínimamente crítico con la política exterior estadounidense y sobre todo la de Bush. Las fábricas de banderitas de las barras y estrellas estaban funcionando a toda máquina al grito de ¡más madera para la guerra!; se anunciaban ya los ataques a Afganistán y a Iraq.
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