Siempre hay tiempo para arrepentirse pensé al subirme al avión de Olympic Airways que salió con 5 horas de retraso. Madrid-Atenas. Con la demora, llegué al aeropuerto del Pireo de noche y sin ganas de buscar hotel. Asomarse fuera del aeropuerto era aspirar el aroma mediterráneo del mar y leer una inscripción que alentaba a los serbios a mantener Kosovo bajo su gobierno. Albaneses y griegos: mala relación; serbios y albaneses: mala convivencia; ya se sabe: el enemigo de tu enemigo es tu amigo.
Cuando al día siguiente esperaba en la sala a que saliera anunciado el avión para Tirana me vinieron a la mente todas las imágenes que guardaba del país en el que me adentraría: unos meses antes, el capitalismo a la albanesa había hecho estallar el país, los humildes inversores prendiendo fuego a los bancos que les habían estafado, la policía incapaz de detener las revueltas o uniéndose a ellas, las prisiones sin un solo preso a quien vigilar, un gobierno derrocado, infraestructuras inutilizadas y una falta total de noticias de lo que no fuera la capital.
Allí aterricé a las dos de la tarde de un verano de 1998.
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