Rinas, el único aeropuerto de Albania, era poco más grande que un aeródromo de ultraligeros. Allí permanecía, como una estatua, el único avión que poseían las líneas aéreas albanesas. La griega Olympic Airways copaba el espacio aéreo de las escarpadas montañas entre las que se esconde Albania.
En el terminal un empleado alzaba en el aire las maletas y los pasajeros gritábamos si aquel equipaje era el nuestro. Todo era un curioso revuelo de gente que, sorprendentemente, creaba cierta sensación de orden en medio del aparente caos.
En el país menos turístico de Europa los souvenirs consistían en banderas rojas con el águila bicéfala albanesa y dos leyendas distintas: Albania o Kosova, ambas expuestas en vitrinas al aire libre a la salida del aeropuerto.
Era fácil coger un taxi; en el camino las únicas palabras que fui capaz de comprender fueron "shum, shum army", mucho, mucho ejército, cada vez que pasábamos al lado de un soldado aburrido en algunos cruces de la carretera. Hice caso a un voluntario de una ONG que conocí en Zaragoza y tomé directamente un furgón privado en el que, entre baches, charcos y música balcánica, unas miradas curiosas comenzaron a comunicarse conmigo en un rudimentario inglés. Iba a Shkoder, la primera parada antes de tomar rumbo a la frontera albano-yugoeslava.
viernes, octubre 21, 2005
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