Tropoja, julio-1998.
Sólo se podría conocer la existencia de Tropoja si ocurriera algún hecho excepcional. Y ocurrieron dos. El primero fue el nacimiento de Sali Berisha que llegó a ser presidente de Albania. El segundo fue el estallido de la guerra en el vecino Kosovo.
Doce horas de viaje entre los Balcanes albaneses, utilizando dos vehículos y un transbordador, y la llegada a Tropoja era un shock, sumergirse dentro de la ilógica lógica de la guerra.
La pequeña Tropoja sólo tiene una calle pero ésta es suficiente para albergar el mayor mercado de armas que mis ojos, párvulos en guerra y muerte, hubieran podido ver. Un mercadillo de viejos kalashnikov albaneses, lanzagranadas, cajas de munición abiertas de cara a un público, los guerrilleros de la UÇK, que ponían por delante las incursiones en Kosovo que su propia existencia en la tierra; es el ardor guerrero de los que lo han perdido todo.
Las furgonetas cargadas de armas llegaban por la mañana, a primera hora y se iban en cuanto el sol se escondía entre los picos de casi tres mil metros que circundaban las polvorientas casas de Tropoja. Cuando pisé Tropoja por primera vez era ya casi de noche, el instante preciso de refugiarse en algún lugar y evitar la oportunidad de diluirse en medio de las borracheras de violencia que inundaban la oscuridad del valle cuando la luz de sol desaparecía.
miércoles, octubre 19, 2005
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