lunes, septiembre 19, 2005
El Kurdistan, siempre olvidado.
Estuve en el Kurdistán turco en agosto de 2002. Allí encontré, concretamente en la ciudad de Van, a numerosos refugiados que provenían de Afganistán, de Iraq y de Irán. La mayor parte de ellos huyeron por razones políticas que degeneraron en razones económicas: normalmente si estás perseguido, no se te brindan demasiadas oportunidades de trabajo y las que tienes, te son arrebatadas.
Allí continúan. Tres años después. En condiciones de supervivencia día a día. En la frontera entre la legalidad y la ilegalidad, de Occidente y Oriente; entre la Tierra Prometida y las Ilusiones Perdidas. Si a alguien se le ocurre ir a visitarlos no hay más que llegar a Van, ciudad que dista 70 kilómetros de Irán y unos 200 de Iraq. Por la calle principal de la ciudad, probablemente, aparezca un guía turístico espontáneo para mostrarte el antiguo castillo, una boda kurda o, tal vez, esté dispuesto a desentrañar la página más oscura del Próximo Oriente, la de miles de personas desplazadas en éxodo silencioso hacia Turquía, puerta virtual de Europa.
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